954
a la vista de los que los espiasen. La
espesura de la maleza que crecía a las
orillas ofrecíales además nuevos mo-
tivos de seguridad. Esto no obstan-
durante todo el camino no des-
cuidaron ninguna de las precauciones
usadas entre los indios cuando se dis-
ponen a un ataque. Por cada orilla
del río iba un delaware a la descu-
bierta, arrastrándose más bien que
andando, siempre con los ojos fijos
en el bosque, y escudriñando con la
vista por en medio de los árboles
siempre gue se presentaba algún cla-
Además, cada cinco minutos se
detenía el grupo tratando de percibir
aleún ruido, con una delicadeza de
sentidos apenas concebible aun entre
hombres civilizados. Su marcha no
fué interrumpida y llegaron al sitio
en donde el pequeño río desaguaba en
el grande sin que ningún indicio re-
velara que habían sido descubiertos.
Til cazador dispuso entonces hacer
otro alto, y a a observar el
cielo.
—Probablemente tendremos un día
hermoso para batirnos—le dijo en in-,
glés a Heyward con los ojos fijos en
las nubes que iban agrupándose en el
espacio—. Sol ardiente y fusil bri-
llante impiden hacer buena puntería,
y, por lo tanto, todo nos favorece: los
hurones tienen el viento contrario,
de modo que el humo irá sobre ellos,
lo que no es pequeña ventaja, mien-
tras que nosotros tiraremos libremen-
te y sin que nada nos impida fijar
nuestra puntería; pero ya se aclara la
espesa sombra que nos protegía. 1l
Castor es dueño de las orillas de este
Tío desde hace algunos centenares de
- años; así, vea qué de troncos consu-
- Hidos; bien pocos árboles conservan
- apariencias de vida.
- Ojo- ia había pintado de
J. FENIMORE COOPER
este modo con toda exactitud la pers-
pectiva que se ofrecía entonces a sus
ojos. El río seguía un curso irregular;
tan pronto se deslizaba por las angos-
tas aberturas que había labrado en
las rocas, como formaba vastos es--
tanques, dilatándose en profundos
valles. Todas sus orillas estaban sem-.
bradas de restos secos de árboles
muertos en los varios períodos de su
destrucción, desde aquellos de los
cuales no quedaba más que un tron-
co informe hasta los que habían sido
despojados de su corteza preservado-
ra que contiene el principio misterio-
so de su vida. Un pequeño número de
ruinas cubiertas de musgo, parecía
que sólo se habían salvado de los es-
tragos del tiempo para probar que en
otra época había poblado aquella so-
ledad una generación, de la que no
quedaban ya otros vestigios.
Jamás el cazador había observado
más detenida y cuidadosamente el
sitio en que se encontraba, porque
sabía que las moradas de los hurones
distaban a lo sumo media milla, y
temiendo alguna emboscada le ins-
piraba inquietud el no descubrir nin-
gún rastro de los enemigos.
Una o dos veces tuvo intenciones
de dar la señal del ataque y procurar
sorprender al pueblo; pero su expe-
riencia le revelaba en seguida el peli-
gro de una tentativa de tan dudoso
éxito. Entonces escuchaba muy aten--
tamente tratando de percibir los sil-
bidos del viento, que empezaba a ba-
rrer cuanto encontraba en las cavi-
dades del bosque, anunciando una
tempestad. Al fin, cansado de seguir
los consejos de la prudencia, y deján-
dose llevar por una impaciencia que
no le era natural, resolvió obrar sin
tardanza. :
El cazador habíase detenido detrás