Full text: El último mohicano

  
  
  
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a la vista de los que los espiasen. La 
espesura de la maleza que crecía a las 
orillas ofrecíales además nuevos mo- 
tivos de seguridad. Esto no obstan- 
durante todo el camino no des- 
cuidaron ninguna de las precauciones 
usadas entre los indios cuando se dis- 
ponen a un ataque. Por cada orilla 
del río iba un delaware a la descu- 
bierta, arrastrándose más bien que 
andando, siempre con los ojos fijos 
en el bosque, y escudriñando con la 
vista por en medio de los árboles 
siempre gue se presentaba algún cla- 
Además, cada cinco minutos se 
detenía el grupo tratando de percibir 
aleún ruido, con una delicadeza de 
sentidos apenas concebible aun entre 
hombres civilizados. Su marcha no 
fué interrumpida y llegaron al sitio 
en donde el pequeño río desaguaba en 
el grande sin que ningún indicio re- 
velara que habían sido descubiertos. 
Til cazador dispuso entonces hacer 
otro alto, y a a observar el 
cielo. 
—Probablemente tendremos un día 
hermoso para batirnos—le dijo en in-, 
glés a Heyward con los ojos fijos en 
las nubes que iban agrupándose en el 
espacio—. Sol ardiente y fusil bri- 
llante impiden hacer buena puntería, 
y, por lo tanto, todo nos favorece: los 
hurones tienen el viento contrario, 
de modo que el humo irá sobre ellos, 
lo que no es pequeña ventaja, mien- 
tras que nosotros tiraremos libremen- 
te y sin que nada nos impida fijar 
nuestra puntería; pero ya se aclara la 
espesa sombra que nos protegía. 1l 
Castor es dueño de las orillas de este 
Tío desde hace algunos centenares de 
- años; así, vea qué de troncos consu- 
- Hidos; bien pocos árboles conservan 
- apariencias de vida. 
- Ojo- ia había pintado de 
J. FENIMORE COOPER 
este modo con toda exactitud la pers- 
pectiva que se ofrecía entonces a sus 
ojos. El río seguía un curso irregular; 
tan pronto se  deslizaba por las angos- 
tas aberturas que había labrado en 
las rocas, como formaba vastos es-- 
tanques, dilatándose en profundos 
valles. Todas sus orillas estaban sem-. 
bradas de restos secos de árboles 
muertos en los varios períodos de su 
destrucción, desde aquellos de los 
cuales no quedaba más que un tron- 
co informe hasta los que habían sido 
despojados de su corteza preservado- 
ra que contiene el principio misterio- 
so de su vida. Un pequeño número de 
ruinas cubiertas de musgo, parecía 
que sólo se habían salvado de los es- 
tragos del tiempo para probar que en 
otra época había poblado aquella so- 
ledad una generación, de la que no 
quedaban ya otros vestigios. 
Jamás el cazador había observado 
más detenida y cuidadosamente el 
sitio en que se encontraba, porque 
sabía que las moradas de los hurones 
distaban a lo sumo media milla, y 
temiendo alguna emboscada le ins- 
piraba inquietud el no descubrir nin- 
gún rastro de los enemigos. 
Una o dos veces tuvo intenciones 
de dar la señal del ataque y procurar 
sorprender al pueblo; pero su expe- 
riencia le revelaba en seguida el peli- 
gro de una tentativa de tan dudoso 
éxito. Entonces escuchaba muy aten-- 
tamente tratando de percibir los sil- 
bidos del viento, que empezaba a ba- 
rrer cuanto encontraba en las cavi- 
dades del bosque, anunciando una 
tempestad. Al fin, cansado de seguir 
los consejos de la prudencia, y deján- 
dose llevar por una impaciencia que 
no le era natural, resolvió obrar sin 
tardanza. : 
El cazador habíase detenido detrás 
 
	        
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