EL CUARTO NUMERO 111 : : E
Traté de dilit
En tan sencillo! Tenía que qe y como nO.
quería que almorzase usted sola me ha rogado...
En la comisura de los labios de .. real
de nuevo la burlona sonrisa :
—S$í, en efecto, es muy sencillo...
No dijo más. Estaba impaciente; empezó a co-
mer de prisa para poder subirse cuanto antes a su
cuarto. ¿De qué tenía miedo? ¿Qué era lo que: la
ponía tan nerviosa? ES
—Vera—dije enervado—, no debe usted mar-.
charse aún. ¡ Quién sabe cuándo. volveremos a estar
juntos de este modo, sin testigos, y es mucho lo
que necesito preguntar a usted... ..., mucho!
Ella se estremeció: pa
—No. ¡No me HGÑAC nada! No le contestaré.
—Debe usted contestarme... Usted es la que vivió
junto a mi... : E
—Le repito que no le contestaré,
- Saqué de mi cartera las dos horquillas y las puse
ante ella: ] :
—La una la encontré sobre el sofá del M0... ¿Ve
| usted el pelo rubio?... ¿Es de usted?... Ls dira la
encontré en el pasillo del tercer piso... Fué usted
quien la perdió una mañana..., cuando salía usted
del cuarto del señor Selfridge envuelta en un pei-
-_hador azul celeste y calzada con unas een
de piel de Rusia...
Cogió las dos horquillas, las miró atentamente,
reflexionó, tratando de reconocerlas... ¿Eran real-