" EL CUARTO NUMERO MM 2 E
-Moví la cabeza negativamente.
-—¿Una querida? ¿Amigos?
..—No tengo a nadie... ni hombre ni mujer, ¿Por
qué me lo pregunta usted ?
—Vuestro hoyuelo es un poco más pálido que el
mío. He pensado que tal vez,no sea usted quien,
muera de muerte violenta, sino alguien de los su- |
- yÓs, por-su mano ...Pero, si no tiene pales, a
- nadie... | |
- —¿Entonces yo? SE
Se recogió las mangas, se frotó las manos, alzó
los brazos y se inclinó modestamente. El trabajo
había terminado, había pronunciado la sentencia
de muerte. Aquello no me produjo ningún efecto.
Había muerto ya cuando supe que tenía que partir
sin volver a ver nunca a Vera. El señor Selfridge
acompañóme hasta la puerta: (
—Hasta que usted se marche tendremos aún el
- placer... ¿DO €s cierto? Si nuestra empresa ha fra-
casado, nuestra amistad... Me gustaría hacer las
paces con. usted. No hablemos más de lo que ha
ido, y cene usted esta noche con nosotros.
Cerró la puerta tras mí. Estaba solo en el pasillo,
“mas libre por haber salido de mi cámara del tor-
mento. Pero me sentía destrozado, terriblemente
destrozado; todo lo ocurrido aquel día pesaba s0-
bre mí y la amargura me atormentaba... ¡Vera!
¡Vera! ¿Cómo podía decirla que todo había bak: :
- nado, que no nos. volveríamos a ver más?... ¿Podía
PER a ello? Entonces estaba yo seguro de
- que el señor. seltridgs sospechaba algo... había re-