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246 , : - - EUGENIO HELTAI
el Café Majestic, ganaría y perdería otra vez...
¿cuánto tiempo aún? Un hoyo sobre la línea de la
vida, y un hoyo profundo allí donde la línea aca-
ba, donde la vida termina... ¿Pero es que aquello
podía terminar de otro modo?
Llamé, me hice traer coñac y bebí ansiosamen-
te. . Aún me quedaba aquello. Dios, miss Babrook
y una muchacha buena y amable, refrescante co-
mo la honradez... Si Vera no hubiese cruzado por
mi vida en peinador blanco y zapatillas de piel de
Rusia... no, no la hubiera merecido. Un hombre
como yo debía morir, porque la vida es para los
como yo debe morir, porque la vida es para los
Selfridge y para los Babrook, para los que hacen
algo, bien-o mal, da lo mismo. Los cobardes, los
- débiles, los aiaidos no labran más que su pro:
pia tumba: !
El alcohol trabaj aba ya fuertemente el en mí cuan-
do el mozo vino a anunciarme que el señor Sel-
fridge me esperaba abajo, en el restaurante, ¡Co-
mida de despedida! ¡Por última vez con Vera! De
repente decidí no prolongar la cosa, y marcharme
al día siguiente... El señor Selfridge tenía razón;
lo antes posible era lo mejor. Algunas líneas para
miss Babrook y algunas flores para Vera también,
_como es costumbre de despedirse en veraño en un
“balneario. Después volver a la Pa, volverse"
loco en la celda del Majestic y morir.. pe
“El señor Selfridge estaba solo en le mesa, y an- e
tes de que pa is ret: se excusó: a