EL CUARTO NUMERO Me > q E
E que había derrochado el dinero, pero: únicamente ;
pa arañas Sha en torno mío, como me sentía
caer en profundos abismos, o bien estrangulado
por un monstruo apocalíptico, de rostro angelical
y brazos de pulpo. Mis gastados nervios. se erizaban
como el pelo de: un sombrero de es era al
revés.
Mi mal se ecaba de día en día. Al viejo Ri-
chards, mi entrenador, que tampoco era rico, de-
bíale ya una considerable suma. Y en parte alguna
me llevaba un premio. Deslizábame por la pendien=.
- te con velocidad vertiginosa. Frecuentemente, Miri"
| .chards, rascándose la cabeza, repetíame que él tam--.
bién estaba. arruinado, que no podía dar- un pu-
- fado de avena a los caballos, que era imposible se-
-guir viviendo de aquel modo, que había que ven-
derlo todo. Poco a poco me fuí familiarizando von
la idea de liquidar mi cuadra, vender mis caballos
y pagar mis más apremiantes. deudas. Así se hizo:
Richards recobró su dinero, y también Sonnenstein
recibió algo a cuenta; arreglé en el círculo lo que
aun podía arreglarse. De las 80.000 coronas que
obtuve de mis caballos me quedó muy poca cosa;
unas cinco mil, lo necesario para vivir cinco O
seis semanas, y aun así habría $5 ser honesto Me :
; económico;
¿Qué ¿ctiériria dilpués? No hallaba lada.
de para semejante pregunta. ¿Y los amigos? ¿Y los
parientes? No podía contar con ellos. Mientras fut
feliz había profesado un. amplio egoísmo, vivieñdo
no más que para mi propia satisfacción. Cierto