60 MARCEL ALLAIN
Reinó el silencio. Cognon se estremecía de pies a cabeza.
El ministro se mordía el bigote. Gigoux miraba al suelo.
—Ese nombre yo lo adivino—dijo el ministro después de
unos instantes—. Tigris, señores.
—¿ Por qué?... Tigris, ha dicho Rude, es capaz de todo. y
Además, estaba interesado en la desaparición de estos do- E E
cumentos, que sólo se refieren a él. Me parece un princi-
pio de argumentación ; ¿no, señores? le
Frunció el ceño el prefecto y cortó la explicación de Gi- .
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—¡ Bueno ! ¡ Bueno !... Todo eso son palabras, y no creo
que sean palabras lo que precisamos. Además, ¡demonio !,
que perdemos un tiempo precioso. Que Tigris sea o no el
culpable, importa poco. La cartera se ha encontrado en casa
de Rude y usted, señor Gigoux, es el que la ha encontrado.
Se impone un careo entre usted y él. Vamos en seguida al
- ministerio. Allí se encuentra Rude, y creo que...
—Vais a malograr vuestro intento—interrumpió tranquila-
mente Gigoux—, porque yo me niego formalmente a todo
careo. Señor Cognon, yo no soy un policía : soy un aficio-
nado y no solicito ninguna recompensa ni quiero ninguna
publicidad. Prevenid al señor Rude de lo que ha sucedido
en su casa, encargadle de esclarecer las oscuridades que os
inquietan. Es su misión, su oficio. En cuanto a mí, no me
gusta ser mezclado en cosas de la Policía. Mi misión ha
terminado... He creído prestaros un servicio y estoy -con-
tento... Os presento mis respetos y os dejo...
Más tranquilo que nunca, Gigoux había cogido su sombre-
ro y se disponía a salir en el preciso momento.en que se
- oyó una detonación, y un vivo fulgor iluminó momentánea-
mente la estancia.
—¡ Oh !—dijo el ministro. : a
—: Dios ! —replicó Cognon.
Gigoux quedó impasible.
—Perdonadme, señores—dijo a este tiempo una voz de
mujer encantadora y melodiosa—. El magnesio es una cosa
desagradable ; pero las obligaciones del reportaje.