30 MARCEL ALLAIN
Era «sw» voz la que acababa de escuchar.
Había descubierto por un azar milagroso lo que tanto le
acuciaba. :
Pablo Gigoux no habría pasado ante los ordenanzas y
había entrado en el ministerio por alguna puerta oculta. Y
el joven pensó :
—La suerte me acompaña y me proteg£... Si hubiese su-
bido por la escalera de honor, hubiera esperado Dios sabe
el tiempo y no hubiera yisto a este miserable.
Las voces cuchicheaban de nuevo :
—Espero noticias vuestras en seguida. Estoy más tran-
quilo viendoos salir por aquí.
Ahora era el ministro el que hablaba.
León echóse a reír. :
Era el hombre político el que acababa de hacer aquella
tontería.
Se oyeron pasos cerca. Bajaba «él». Iba a pasar a su
lado. :
León se sintió dominado por el vértigo.
El joven no conocía al adversario de su padre y, además,
no tenía motivo para considerarse enemigo suyo. Á pesar
de esto, un odio feroz le dominaba y le impelía contra este
hombre. Era como un movimiento instintivo en él; uno
de esos movimientos imperceptibles al principio, pero que
después nos dominan por completo. :
—;¡ Estoy loco |—murmuró.
Se batía en retirada obrando como un hábil policía. Su
padre, célebre por su habilidad profesional, no hubiera
procedido mejor. Se puso a silbar con el aire de un em-
pleado que está haciendo una labor banal.
Pensó aún : :
- —El ha recurrido al mismo procedimiento que yo, y los
dos, que somos ajenos a esta casa, obramos como si nos
fuera familiar. LA
Transcurrieron unos instantes. León empuñó el tirador
- de la puerta, pero ésta continuó cerrada.
Un detalle insignificante, pero las circunstancias se ha-
cían trágicas. ¿Dónde esconderse?