80 E. WERNER
—No, en tierra. Pero estoy ya curado.
La joven lo miró, y vió. efectivamente
una cicatriz sobre su frente, pero tan pe-
queña y de profundidad tan escasa, que no
parecía la de una herida apenas cicatrizada, '
sino más bien la señal de una simple roza-
dura, y Araldo no hacía habitualmente caso
de semejantes pequeñeces.
—¿ No quieres entrar en casa?—le dijo.
-—No, no tengo tiempo—respondió, sacu-
diendo la cabeza.—Por lo demás, estoy muy
satisfecho de estar en casa y cerca de mi
madre.
Sí, pero podrás quedarte solamente
ocho días. Se dice que el «Aguila marina»
no se detendrá aquí por más tiempo.
—SÍ, pero yo me quedo en Raansdal; me
he licenciado en Drontheim.
—¿ Cómo? ¿No conducirás el buque á
Hamburgo ?
—¡No! Yo solamente fuí contratado pa-
ra el viaje 4 Noruega. Terminado éste, para
nada me necesitan; han contratado ya otro
timonel.
lida lo escuchaba con creciente sorpresa.
No le parecía posible que Thorvik, que era
tan tenaz en hacerse respetar sus derechos,
cuanto en el fiel cumplimiento de su deber,
dejara conducir al puerto, por otro hombre,
la nave que se le confiaba.
Araldo no dió muestras de advertir su