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mentable; les menester, padrecíto, que obedez-
Cas... si no soy hombre muerto.
»—Pero ¿á dónde quieres llevarme?
»—No puedo “decírtelo. Vístete y, vámonos.
SS Cómo! ¿Ahora mismo?
»—Sí,
»Aun cuando Andrés Petrovitsch' por el cariño
que le tenía y la confianza que me inspiraba hu-
biera querido llevarme al fin del mundo, fuérame
yo con él. : ;
»Me vestí apresuradamente para ponernos en
camino.
»Andrés abrió un armario y, recogió. todo el di-
hero.
> Después me dió un abrigo de pieles y me dijo:
»—Abrígate bien, que las noches son frías.
»—Pero á lo menos—le dije,—es menester en-
Via un recado pl colegio,
»—NOo,
»—¿Por qué? ;
»Se echó Andrés Petrovitsch' “4 temblar, y su
espanto estaba tan bien representado, que yo que-
dé convencido de que corría un gran peligro.
>»>—¡Ah!—murmuraba en voz baja, —ese hombre
que sale de aquí tiene compañeros que me ma-
tarían. |
»Y le seguí tan asombrado, que casi no me
daba cuenta de lo que hacía.
»Bajamos á la calle y en ella pareció que vaci-
laba un momento.
»Después tomó por la calle de Saint Honoré y
me llevó hasta la plaza del Palais-Royal, donde
me bizo subir á un coche de punto y se sentó
á mi lado diciendo al cochero:
. »—Al ferrocarril del Norte. Aprisa: ¡Cinco fran-
¡cos por la carrera!
»Esta promesa tuvo por resultado hacernos fran-
quear en un cuarto de hora aquella distancia tan
Brando. 0 5% A
En aquella época había un tren-correo que iba
directamente desde París á Colonia, y que salía
á las once y treinta y cinco de la noche,