Full text: El testamento de Grano de Sal (Bd. 3)

      
  
   
   
    
    
  
  
  
    
    
  
    
    
      
    
  
   
  
  
   
  
Y casi en el mismo instante 
— ól = 
una palmadita en el hombro, —¿Con que sabé1s es- 
Camotear una bala? y 
»Al oír estas palabras púsose lívido el señor de 
ancery y dió un grito y después ton una rap1- 
ez extraordinaria se quitó un guante y lo arrojó, 
al rostro al comandante. 
»—¡Ah!—exclamó éste poniéndose pálido á su 
vez.—No es posible que confeséis de una manera 
más elocuente vuestro crimen. 
>Y recogiendo el guante añadió ; 
>—Mañana os mataré, 
. . . . . . . » - . . . . Oj 
»Al día siguiente—siguió diciendo el oficial de 
Marina, —Félix de Nancery y el comandante Bru- 
hot, se batieron á espada 'en las puertas de Saint- 
enis de Borbón. 
>»Fuí uno de los testigos del comandante. 
»El combate fué largo, encarnizado é injusta 
xa suerte, porque el comandante quedó de sus 
Tesultas mortalmente herido y cayó. 
»Tuvo tiempo, sin embargo, antes de morir pa- 
ta hacer algunas revelaciones y nos contó cuan- 
to acabo de narraros y Félix de Nancery, deshon- 
_Tado y desacreditado, no tuvo más recurso que 
Mmarchars 
, . . . . . . « . . . . . . 
_Ocultábase el sol tras los pinares en el momen- 
0 en que el oficial de marina terminaba su relato 
aparecieron á sus 
Ojos y á los de Víctor las torrecillas de las Re- 
gueras. 
_El cadete sanciriano, escuchó muy meditabundo 
e de la isla de Borbón.» 
-€l final de tan extraña historia. 
—¿Sabéis, señor de Bellecombe, que si ese se- 
Ñor Alberto Morel y el de Nancery no fuesen 
Más que una sola persona, sería permitido enviar- 
9 una bala á través de los árboles lo mismo que 
Se le envía á una fiera ? 
onrióse despreciativamente el marino. | 
—¡ Bah !—dijo. —Y después de todo ¿á nosotros 
Jué se nos importa? No somos los vengadores 
del comandante Brunot ni los del señor Raimun- 
  
	        
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