Y casi en el mismo instante
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una palmadita en el hombro, —¿Con que sabé1s es-
Camotear una bala? y
»Al oír estas palabras púsose lívido el señor de
ancery y dió un grito y después ton una rap1-
ez extraordinaria se quitó un guante y lo arrojó,
al rostro al comandante.
»—¡Ah!—exclamó éste poniéndose pálido á su
vez.—No es posible que confeséis de una manera
más elocuente vuestro crimen.
>Y recogiendo el guante añadió ;
>—Mañana os mataré,
. . . . . . . » - . . . . Oj
»Al día siguiente—siguió diciendo el oficial de
Marina, —Félix de Nancery y el comandante Bru-
hot, se batieron á espada 'en las puertas de Saint-
enis de Borbón.
>»Fuí uno de los testigos del comandante.
»El combate fué largo, encarnizado é injusta
xa suerte, porque el comandante quedó de sus
Tesultas mortalmente herido y cayó.
»Tuvo tiempo, sin embargo, antes de morir pa-
ta hacer algunas revelaciones y nos contó cuan-
to acabo de narraros y Félix de Nancery, deshon-
_Tado y desacreditado, no tuvo más recurso que
Mmarchars
, . . . . . . « . . . . . .
_Ocultábase el sol tras los pinares en el momen-
0 en que el oficial de marina terminaba su relato
aparecieron á sus
Ojos y á los de Víctor las torrecillas de las Re-
gueras.
_El cadete sanciriano, escuchó muy meditabundo
e de la isla de Borbón.»
-€l final de tan extraña historia.
—¿Sabéis, señor de Bellecombe, que si ese se-
Ñor Alberto Morel y el de Nancery no fuesen
Más que una sola persona, sería permitido enviar-
9 una bala á través de los árboles lo mismo que
Se le envía á una fiera ?
onrióse despreciativamente el marino. |
—¡ Bah !—dijo. —Y después de todo ¿á nosotros
Jué se nos importa? No somos los vengadores
del comandante Brunot ni los del señor Raimun-