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—Lo menos tres leguas; está en la dirección
de las Regueras.
—Entonces—repuso Alberto Morel, — compren-
do.... Vuestro hermano lo debía saber todo. Pero...
—Y bien—dijo Flavia, que continuaba engañán-
dose respecto de la emoción que parecía agitar
á Alberto Morel;—alegraos, pues, amigo mío, ale-
_graos como yo,
—¿Por qué?—dijo á su vez Morel.
—Porque se acerca la hora de nuestra dicha.
—¿ Cómo ? A
—Víctor tiene sobre mi padre una influencia
poderosa.
—¡Ah!
—Mi padre cede siempre cuando él le pide algo,
—¿De veras? ¿Lo creéis así?
—Sí. En cuanto á mi madre yo me entenderé
con ella y al fin será lo que yo quiera—dijo la
joven luciendo una mueca que indicaba su reso-
lución, :
Estaba Alberto Morel más que pálido, lívido.
Flavia continuó con infantil volubilidad.
—Víctor quiere que se efectúe en seguida nues-
tro enlace.
—Pero querida Flavia—contestó Alberto Morel,
que estaba sufriendo un verdadero suplicio, —bien
sabéis que eso es imposible. :
—¡Imposible! ¿Decís? ¡Ah!
Flavia se irguió con mucha viveza y hasta
hizo como si quisiese alejarse del hombre al que
amaba, :
—Sin duda. ¿Olvidáis que mi tío?...—observó Al-
berto Morel.-
—Vuestro tío no se morirá porque nosotros lo
tuidaremos —respondió Flavia.—No necesitamos
$us bienes, puesto que vos sois rico y yo también,
aj su Jjítulo de nobleza, toda vez que mi padre
onsentirá en que yo me llame sencillamente la
¡jeñora Morel,
—Pero vuestro padre no consentirá en eso nun-
:2a—objetó Alberto con voz al terada,