Full text: El testamento de Grano de Sal (Bd. 3)

   
  
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—Lo menos tres leguas; está en la dirección 
de las Regueras. 
—Entonces—repuso Alberto Morel, — compren- 
do.... Vuestro hermano lo debía saber todo. Pero... 
—Y bien—dijo Flavia, que continuaba engañán- 
dose respecto de la emoción que parecía agitar 
á Alberto Morel;—alegraos, pues, amigo mío, ale- 
_graos como yo, 
—¿Por qué?—dijo á su vez Morel. 
—Porque se acerca la hora de nuestra dicha. 
—¿ Cómo ? A 
—Víctor tiene sobre mi padre una influencia 
poderosa. 
—¡Ah! 
—Mi padre cede siempre cuando él le pide algo, 
—¿De veras? ¿Lo creéis así? 
—Sí. En cuanto á mi madre yo me entenderé 
con ella y al fin será lo que yo quiera—dijo la 
joven luciendo una mueca que indicaba su reso- 
lución, : 
Estaba Alberto Morel más que pálido, lívido. 
Flavia continuó con infantil volubilidad. 
—Víctor quiere que se efectúe en seguida nues- 
tro enlace. 
—Pero querida Flavia—contestó Alberto Morel, 
que estaba sufriendo un verdadero suplicio, —bien 
sabéis que eso es imposible. : 
—¡Imposible! ¿Decís? ¡Ah! 
Flavia se irguió con mucha viveza y hasta 
hizo como si quisiese alejarse del hombre al que 
amaba, : 
—Sin duda. ¿Olvidáis que mi tío?...—observó Al- 
berto Morel.- 
—Vuestro tío no se morirá porque nosotros lo 
tuidaremos —respondió Flavia.—No necesitamos 
$us bienes, puesto que vos sois rico y yo también, 
aj su Jjítulo de nobleza, toda vez que mi padre 
onsentirá en que yo me llame sencillamente la 
¡jeñora Morel, 
—Pero vuestro padre no consentirá en eso nun- 
:2a—objetó Alberto con voz al terada, 
    
  
  
  
  
  
  
   
 
	        
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