La anta broma la ¡VÍA Mun ON
-—Bien, todo eso es claro-—observó el caballero;
-—pero...—y se calló. ; A
-—Querido primo—exclamó el barón--no es por
alabarte. pero eres un miserable de talento.
El vizconde se sonrió modestamente.
— Ahora, os dejo. :
-—¿A dónde vas?
—A casa de nuestro tío. -
—Pero, ¿no vienes ahora de allí?
-—No es una razón para que no vuelva.
—Y ¿puede saberse la qué vas? eN E
Quiero asistir a la visita del médico brasileño. -
-—¿ Y crees—preguntó el barón, —que pueda cu-
var hi Diana? ' E
- —Estoy convencido de ello. Es decir, que Dia-
“na se curará; pero pudiera suceder que se mu-
riese antes. de pd
- El vizconde se marchó y subió a su coche di-
ciéndose: e Pa O
- —¡Dios mío! ¡Qué trabajos pasa uno para reli-
-vindicar su herencia! De e
* *
Entretanto, el doctor Samuel, conocido por €
Doctor Rojo, llegaba a casa del general, que le
esperaba ya con impaciencia. O:
diana. con su niña siempre en brazos, estab;
sentada cerca de la chimenea. E ico
El médico la miró muy atentamente pero n
quiso aproximarse a ella. dl
Señor mío—dijo luego al general, —es pre
que yo sepa cómo se volvió loca vuestra hij
que me refiráis con sus detalles más minue
todos los acontecimientos que han determina:
locura. : S : E
¡Ah! —exclamó el general. -—Estoy dispuesto a
- contar esa dolorosa historia; pero hablaré bajo
para que na nos oiga la infeliz. Aso PO
+ —¡0h! la infeliz oirá, pero no comprenderá :
Y fué a sentarse con el general a un rincón del