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sidio y que tomó á Antonieta bajo su protección.
¡Ah!—añadió el coloso.—¡Entre los dos la salva-
: o ¡ Y si no la salváis, no creeré en la bondad de
ios!
En Chartres, en donde el tren se detenía diez
minutos, fuese Milón al telégrafo, y halló en él la
contestación siguiente:
Al señor Durand, viajero del tren 1i
»Espero en la estación. :
AVATAR.»
A medida que se acercaban, á París iba en au-
mento la sobrexcitación de Agenor, que se ha-
llaba en un estado, que hacía sufrir de una, mans
ra extraordinaria á Milón.
La verdad era que, si ocho, días antes el joven
libertino, se había entregado 4 una porción de
cálculos y pensando en casarse con Antonieta, ideó
la posibilidad de encontrar al mismo tiempo una
buena dote ó una fortuna considerable, en aque-
llos momentos había desaparecido toda preocupa-
- ción egoísta y mezquina.
Amaba ardiente y santamente á Antonieta, y ha-
—bría dado por ella hasta la última gota de sangre.
Milón dió al cochero las señas de aquella casa,
que alquilara en el Gros Caillou, y. en la cual no
había pasado aún ni una noche.
Una hora después habría el mayor el cofrecito,
que había estado enterrada durante tantos años,
y presentaba al asombrado Agenor el manuscrito
de la baronesa de Miller,
—Leedlo—dijo.
Agenor, al que cada vez dominaban más el ges-
to y el acento de Rocambiole, cogió el manuscrito,
lo leyó y dió 'un grito en cuanto se enteró del con-
tenido de las primeras líneas.
as !—replicó Rocambole,