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—Esperad—respondióle Herman que estaba muy
pensativo.
- Continuó el trineo su viaje hasta que de repten-
te experimentó una violenta: sacudida y como un
movimiento de retroceso.
Uno de los caballos se encabritó com violencia
y los otros echándose hacia! los lados dabian señales
de estar muy asustados.
—¡Los lobos! ¡Los lobos!—gritó el cochero.
Miró el vizconde y vió unas sombras negras
que galopaban á los dos lados del trineo.
Echó. mano á las carabinas y, Herman le suje-
tó la mano.
—¡No tiréis! ¡No tiréis!—exclamió.
El cochero arreó á sus caballos y 4 fuera de
latigazos consiguió que siguiesen su carrera y la
telega pudo continuar el viaje. :
Durante una hora siguieron una carrera desen-
frenada los temblorosos caballos, sacudiendo la
larga y enredada crin y arro jando por las narices
un vapor que la luz rojiza del farol hacía que se
semejase á una llama, y de este modo viajaron
escoltados por los lobos.
—Por Dios no tiréis—decía continuamente Her-
man.
—¡No tiréis!—repetía el cochero.
Los lobos se mantenían á cierta distancia. y fue-
ia del alcance del círculo de luz, que parecía ins-
pirarles algún miedo.
el gullosamente la nieve,
A pesar de los grandes deseos que tenía de ha- ,
- cerlo, no les disparó el vizconde ni un solo tiro. |.
Llegó, sin embargo, un momento en que los lo- ; a
bos se mostraron más atrevidos y. se acercaron.
Y uno de ellos penetró -dentro del círculo lumi-
noso, lo que permitió verle con toda; claridad.
Era un macho magnífico de pelo largo y se-
doso, y cuya larga cola, apenachada, barría or
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