Full text: La posada maldita (Bd. 3)

  
  
  
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—Esperad—respondióle Herman que estaba muy 
pensativo. 
- Continuó el trineo su viaje hasta que de repten- 
te experimentó una violenta: sacudida y como un 
movimiento de retroceso. 
Uno de los caballos se encabritó com violencia 
y los otros echándose hacia! los lados dabian señales 
de estar muy asustados. 
—¡Los lobos! ¡Los lobos!—gritó el cochero. 
Miró el vizconde y vió unas sombras negras 
que galopaban á los dos lados del trineo. 
Echó. mano á las carabinas y, Herman le suje- 
tó la mano. 
—¡No tiréis! ¡No tiréis!—exclamió. 
El cochero arreó á sus caballos y 4 fuera de 
latigazos consiguió que siguiesen su carrera y la 
telega pudo continuar el viaje. : 
Durante una hora siguieron una carrera desen- 
frenada los temblorosos caballos, sacudiendo la 
larga y enredada crin y arro jando por las narices 
un vapor que la luz rojiza del farol hacía que se 
semejase á una llama, y de este modo viajaron 
escoltados por los lobos. 
—Por Dios no tiréis—decía continuamente Her- 
man. 
—¡No tiréis!—repetía el cochero. 
Los lobos se mantenían á cierta distancia. y fue- 
ia del alcance del círculo de luz, que parecía ins- 
pirarles algún miedo. 
el gullosamente la nieve, 
A pesar de los grandes deseos que tenía de ha- , 
- cerlo, no les disparó el vizconde ni un solo tiro. |. 
Llegó, sin embargo, un momento en que los lo- ; a 
bos se mostraron más atrevidos y. se acercaron. 
Y uno de ellos penetró -dentro del círculo lumi- 
noso, lo que permitió verle con toda; claridad. 
Era un macho magnífico de pelo largo y se- 
doso, y cuya larga cola, apenachada, barría or 
    
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