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yóle luchar cual pudiera hacerlo una bestia fe-
roz, mas sus aullidos confusos fuéronse apagan-
do poco á poco, y luego no, vió más que una mia-
sa confusa y sangrienta que jadeaba entre las man-
díbulas de los lobos. Crujieron los huesos y el
horroroso festín dió principio. i
Y Magdalena seguía contemiplándole, inmovili-
zada por el terror.
De pronto en el silencio de la noche, que hasta
entonces sólo Habíam interrumpido los gritos de
agonía del cosaco y el lejano ruido de las caim-
panillas que ya llegara antes á oídos de Magdale-
na, se oyó un ruido formidable que lo interrumpió.
Era una serie de detomaciones que se sucedían;
> rapidez como un verdadero fuego de fusi-
ería. A
El rojo farol de laj telegal estaba muy cercano á
Magdalena, y de minuto en minuto desaparecía
two momento entre el Humo de los disparos.
Los lobos seguían devorando tranquilamente al
cosaco, y no se preocupaban de los tiros.
Pero, ¿qué era semejante presa para tantos ham-
birientos? Mo ]
Muy pronto vióse Magdalena rodeada por los
que no habían tenido sitio en el festín, |
Permanecía, sin embargo, en pie, y la calentu-
“ta y el terror comunicaban tal animación á sus
S
- miradas, que los más atrevidos, los que se habían
lacercado más, no se atrevieron á arrojarse sobre
ella, :
La telega se acercó con su terrible escolta que
iba sembrando el camino de cadáveres.
Dió un grito Magdalena; pero un, grito tan pe-
tetrante, tan doloroso, que lo oyeron los: de la
ttelega.
No obstante ésta pasó por su lado como un
ftayo, mientras que una triple descarga sembraba
la muerte en las filas de los lobos,