132 LOS PARDAILLAN
morency y yo, hemos registrado inútilmente
todo París. Quise dejar al Mariscal para irme
a la ventura, pero lo vi tan pesaroso, que me
he quedado unos días más. Ninguno de los
dos tenemos ya esperanzas.
—¡Por Barrabás y por los cuernos del dia-
blo!—exclamó Pardaillán dando puñetazos so-
bre la mesa.
—¿Qué os sucede, padre?—exclamó asom-
brado el caballero.
—Que he encontrado el medio.
—¿De qué?
—El medio de saber dónde están.
—Padre, no me hagáis concebir falsas es-
peranzas.
—Te aseguro que he encontrado el medio.
¿Qué tienes, tan emocionado? ¡Ah! No me
acordaba de que amas a Luisita, pues me pa-
rece extravagante que un hombre como tú,
pueda tener tales sentimientos. Pero hombre,
cásate con ella; ¿quieres mi consentimiento?
pues ya te lo doy.
—¡No os burléis, padre, no os burléis!
—¿Yo? Que el diablo me arranque la len-
gua si jamás me burlo de tí. Te hablo en serio,
caballero. Ya comprendo tu sorpresa y recuer-
do perfectamente que te aconsejé desconfiar
de las mujeres. ¿Pero qué quieres? Ya que
no hay medio de conseguir que tengas ideas
más razonables, me veo precisado a doblegar-
me a tu locura. Así, pues, te casarás con Luisa.
—Padre—dijo el joven con temblorosa voz—.
Esto no puede ser. ¿Olvidáis que Luisa es hija
. de Francisco de Montmorency?
—Bueno, ¿y qué?—exclamó el aventurero.
—¿Cómo podéis concebir que la hija del
A
recia
ia