162 LOS PARDAILLAN
guna cosa que el caballero no pudo ver. Pero
lo que vió perfectamente, fué la alta estatura
del mariscal de Damville. Iba a pasar ade-
lante, cuando al reconocer a los caballeros que
formaban semicírculo, vió a Maurevert y a los
demás favoritos, que parecían avanzar hacia
una puerta, todo ello cambiando palabras acom-
pañadas de gestos amenazadores que se diri-
gían evidentemente a un peatón que rodeaban.
La primera idea del caballero fué la de
pasar adelante para no ser reconocido y tra-
tar de ganar la calle de Tiquetonne. Y ya
empezaba a operar el movimiento de retirada
cuando reconoció la voz de su padre. Inme-
diatamente se precipitó con la cabeza baja
contra la multitud y empezó a repartir punta-
piés y codazos que originaron indignadas vo-
ciferaciones.
Por fin pasó y en algunos segundos llegó al
lado de los caballeros que rodeaban a Pardai-
llán. Vió a su padre adosado a la puerta, po-
niéndose en guardia en el momento en que
los guardias avanzaban.
El caballero miró a su alrededor como para
pedir consejo a las circunstancias, y sonrió. En
las ocasiones supremas, tenía las grandes ins-
piraciones. Con rápido gesto aseguró su es-
pada y sacó la daga. Entonces saltó,
Cogerse al estribo del primer caballo que ha-
lló a mano, izarse sobre la silla y dirigir la
punta de su daga al caballero, fué para él
asunto de un momento.
—¡Bajad en seguida, caballero!—dijo Par-
daillán frío y sonriente.
—¡Estáis loco, señor!
—No, pero estoy cansado y tengo necesidad
de un caballo! ¡Bajad u os mato!
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