A
EL COFRE ENVENENADO. 155
ciones conocidas hasta el momento en que
halló a Luisa.
—Os buscaba — dijo'el aventurero con la
brusquedad que en él denotaba gran inquie-
tud. — Quería despedirme de vos.
—¿Despediros ? — exclamó palideciendo
la hermosa niña.
—5Sí, porque mi hijo y yo nos marchamos.
Y entonces pusóse a explicar con volubili-
dad que su hijo parecía atacado de un mal
incurable y el viejo zorro como distraidamen-
te íbase acercando a la habitación de su hijo.
Luisa lo siguió maquinalmente conmovida
por la nueva de aquella repentina marcha.
Pardaillán abrió la puerta sin hacer ruido
y Luisa pudo oir las palabras que el caballero
dirigía a Pipeau.
Entonces el aventurero llamó al perro y se
marchó dejando la puerta abierta y añte ella
a Luisa atónita de hallarse en aquel lugar. -
¿Qué pasó entonces en ella? ¿A qué impulso
obedeció ? Sea lo que fuere entró y posando
su cándida mirada sobre el caballero, pre-
guntó:
—¿Queréis marcharos ? ¿Por qué?
El caballero no menos indeciso, pero más
tembloroso que la joven, murmuró:
—¿ Quién os dijo que quiero marcharme,
señorita ?
—Vuestro padre y además vos.
—|¡Yo!
—SÍ, vos mismo; queréis marcharos según
decíais. Perdonadme, caballero, he oído sin
haberlo deseado. Decíais que queréis mar-
charos para no volver y que a dónde ibais no
podíais llevar a vuestro perro y que la causa
de vuestra partida era el aburrimiento que