6 LOS PARDAILLAN
entregaba una carta de aquélla a quién Mont-
morency había creído desaparecida para
siempre.
Por tal documento, Francisco se enteró con
inefable alegría de que Juana de Piennes es-
taba viva y de que nunca le había hecho trai-
ción.
En su carta, la pobre mujer apelaba a su
antiguo señor y amo y clamaba contra la
felonía de Damville, pidiendo perdón y so-
corro para su hija.
Una nueva existencia empezó entonces pa-
ra el duque; apeló inútilmente a la justicia
del Rey, contra su hermano y en vano provo-
có a éste sabiendo que tenía en su poder a
Juana y a Luisa; y también sin resultado
buscó por todo París a su esposa y a su hija
y, ya perdidas las esperanzas de hallarlas, iba
a Caer nuevamente en la tristeza, cuando el
caballero de Pardaillán, se presentó a él.
Aquel joven, aquel héroe de remotas eda-
des, habíalo conducido de la mano a la vi-
vieda misteriosa en donde se ocultaba todo
lo que había amado en el mundo y lo puso
en presencia de Juana de Piennes, primera
duquesa de Montmorency.
“Por fin llegó la hora tan esperada después
de diez y siete años de lágrimas. Por último
hallaba de nuevo a las personas que habían
constituído sus amores, pero ¡ay! así como
la savia demasiado abundante resquebraja el
árbol, así la felicidad resquebrajó el cerebro
de su adorada.
Juana de Piennes durante los últimos días
de su martirio, en que se sentía mortalmente
herida, sólo tenía un pensamiento.
A
Ñ