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EL COFRE ENVENENADO 89
por mí y por la promesa que me habéis he-
cho.
—Conde — contestó Catalina con armo-
niosa voz. — Es necesario, ante todo, que
no os asombréis por el interés que en mí ha-
béis observado.
— ¡Señora! — exclamó Marillac conmovi-
do en extremo. — ¿Es la Reina la que me
habla así ?
Y en aquel momento tuvo la impresión de
que Catalina iba a contestarle.
—No e€s la Reina, sino vuestra madre.
Pero Catalina no dió tal contestación, si
bien comprendió lo que pasaba en el alma de
su hijo.
—Conde — dijo. — Sois el hombre más
noble que he visto en mi vida y a vuestra
nobleza apelo, para rogaros que no me diri-
jáis preguntas sobre el interés o el cariño
que por vos siento. :
Marillac se inclinó profundamente,
—Existe un secreto y os juro revelároslo
el día... muy pronto.
El conde profirió una exclamación de ale-
gría.
—Muy pronto — continuó la Reina con
emoción admirablemente fingida, — sabréis.
el por qué me intereso tanto por vos y la ra-
zón de que en nuestra primera entrevista haya
fingido cierta frialdad y también el por qué
os he ofrecido un reino. Entretanto conten-
táos con saber que conozco las causas de
vuestra tristeza y que quiero veros feliz.
—Os doy las gracias, señora, — exclamó
Marillac con sincero reconocimiento.
Catalina entonces quiso distraer los pensa-
mientos del conde y haciendo un esfuerzo so-
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