LA CAMARA DEL TORMENIiTO 11
dijo la Reina, golpeando al mismo tiempo un
timbre con un martillo de plata.
Entró un hombre que, sin duda, ya tenía
instrucciones y cogiendo todas las cartas se-
lladas, salió sin decir palabra.
Dos minutos más tarde, Maurevert vió apa-
recer el mismo hombre en el patio. Entregó
la carta a uno de los correos y éste partió
en seguida al galope. Luego pasó al segundo
que partió a su vez. Después al tercero y al
cabo de cinco minutos todos los correos se
habían marchado.
—La primera vez que veáis a vuestro ami-
go el duque de Guisa — dijo tranquilamente
Catalina — decidle que habéis visto partir a
mis correos portadores de despachos para
cada uno de nuestros gobernadores. Añadi-
réis que todos esos despachos dan a nuestros
gobernadores la orden de reunir sus tropas y
marchar sobre París para detener a los in-
sensatos que no temen conspirar contra el
Rey. Dentro de algunos días, señor de Mau-
revert, llegarán a París sesenta mil hombres
pára proteger al soberano, o para libertarlo
en caso de que ciertos proyectos hubieran te-
nido éxito. En cuanto a vos... veamos... ¿qué
voy a hacer de vos ?
“"Maurevert sintió un estremecimiento de te-
rror que le recorría el cuerpo como si ya el
verdugo levantara el hacha sobre su cuello.
—¡Estoy perdido! — murmuró.
Sus piernas vacilaron, cayó de rodillas y
su cabeza se inclinó hasta tocar el suelo.
Catalina lo miró un instante con sombría
expresión de duda, de desprecio y de triunfo.
Por otra parte, había mentido, pues sus car-
tas no contenían otra orden que la de detener