18 LOS PARDAILLAN
transportado el prisionero al Temple y avi-
sado al verdugo.
—E]l cual sólo querrá ejercer su ministerio
ante los jueces correspondientes.
—Es verdad — dijo Maurevert con desen-
canto.
—A menos que no tenga una prden termi-
nante—continuó la Reina.
Y escribió rápidamente algunas palabras
en un papel que tendió a Maurevert.
Era una orden para aplicar el tormento
ordinario y extraordinario a los dos Pardai-
llan en la prisión del Temple el sábado 23
de Agosto a las diez de la mañana.
— ¿Tanto será preciso esperar ? — pregun-
tó Maurevert.
—Querido señor, yo he tenido más pacien-
cia que vos. Total faltan cinco días. y
—Es verdad. Perdonadme, señora.
— ¡Ah! otra cosa. No quiero que presen-
cien el tormento más que el jefe de los ver-
dugos y vos.
—Tranquilícese Vuestra Majestad.
—Y me daréis fiel cuenta de las confesiu-
nes de esos dos hombres.
—Os lo juro, señora. i
—Muy bien. Ahora sabed una cosa, caba-
llero. Os doy la vida de esos dos hombres
contra la del Mariscal de Coligny, que vues-
tro amigo me prometió. Ppr lo tanto, de aquí
al sábado. .... :
—Desde mañana por la mañana, señora,
mi amigo se apostará en el claustra de Saint
Germain 1'Auxerrois.
Maurevert se retiró con la cabeza ardoro-
sa, la garganta seca y la alegría en el co-
razón.
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