PARDAILLAN Y FAUSTA
tentativas que ella hiciera para provocarla, trope-
zaban con el absoluto mutismo del gran inqui-
sidor.. E
Otra cosa la preocupaba también y era que, a
su alrededor, y hasta en su misma casa, sentía in-
tuitivamente que era objeto de una vigilancia
oculta y esto, al fin, le resultaba intolerable.
Un día tuvo el capricho de ir a dar una vuelta
por las afueras de la ciudad, y en la puerta de la
Macarena, donde la llevó el azar, hicieron parar
su litera. Un oficial fué a reconocerla y sin opo-
nerse en lo más mínimo a que saliera, con pa-
labras muy corteses y respetuosas declaró que
tendría el honor de escoltar a su señoría y en se-
guida diez hombres de armas rodearon la litera.
Fausta, con su calma habitual, hizo observar que
ya la escoltaban tres gentileshombres y que ello le
bastaba. Pero el oficial, muy amablemente, re-
plicó que había recibido orden formal de Su Ma-
jestad, el rey, para acompañar a la señora prin-
cesa, a quien el monarca quería honrar muy se-
- Maladamente. :
Fausta comprendió que, en realidad, estaba
presa, pero eso no la inquietaba en modo alguno,
pues sabía que podría salir en el momento en que
le conviniese. Sin embargo, le molestaba mucho
aquella vigilancia, y no sin inquietud se pregun-
taba cuáles serían las intenciones del gran inqui-
sidor con respecto a ella. |
Por estas razones, durante los quince días en
que Pardaillan estuvo preso, ella se mantuvo en
la mayor reserva. Todos los días iba a ver a Es-
pinosa y se informaba de Pardaillan. El inquisi-
dor le daba cuenta del estado del preso y también
de lo que se había hecho o se preparaba.
Ella escuchaba con la mayor atención, aproba-
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