106 LOS PARDAILLAN
ciendo : «Este es el día más hermoso de mi
vida». a
—Bueno, dejemos a Maurevert y a su pre-
sa, y ocupémonos ahora de nuestros ligueros.
Es necesario tomar una decisión—dijo Guisa.
—Sí, hermano mio—afirmó en aquel mo-
- mento una voz ruda—. Ha llegado la hora de
- tomar una decisión. io ] |
Y se vió entrar al hombre que así hablaba.
—;¡ Luis !—exclamó Enrique de Guisa.
-—Y Carlos—dijo un segundo. personaje,
que entró dando resoplidos, como un buey
fatigado. A o ra
—Y también Catalina—añadió una voz de
mujer dulce y maliciosa a un tiempo.
--——Y tu madre, Enrique—agregó ésta, en-
p
trando en la estancia. E
El duque de Guisa al ver a los cuatro per
sonajes que acababan .de entrar, hizo seña a
Maineville y Bussi-Leclerc, los cuales, des-
pués de haber hecho una profunda reveren-
cia, desaparecieron cerrando la puerta.
.. —¡ Hermanos! ¡Madre mía l—dijo enton-
- ces el Duque—. Sed bienvenidos. Nada podía
serme tan agradable como ver reunida a toda
la familia en circunstancias en que se decido
la gloria de nuestro nombre y en que la casa
- de que soy jefe puede conquistar un lugar
preeminente en el mundo. da
- —Acerca de esa conquista hemos de deci-.
—dir—dijo la madre—. Vuestra familia, En-
rique, ha arriesgado la fortuna, la gloria y
la vida, para facilitaros el camino que lleva al
“trono. Sólo tenéis que dar un paso y VaCi=
láis en darlo. Y si no os decidís a ello, Enri-
que, estamos perdidos.
El duque de Guisa palideció y llevóse una
mano a la frente. Luego, comprendiendo que