UNA TRAGEDIA EN LA BASTILLA 185
lle de los Listados, que Pardaillan registró
con la mirada antes de aventurarse por ella.
La calle estaba desierta y formaba un oasis de
tranquilidad entre la agitación que reinaba
en París. Entraron en el palacio, en donde el
caballero reanimó sus fuerzas con dos vasos
de vino. > E
Carlos condujo a Pardaillan a una estan-
cia en que su padre gustaba de descansar
y en donde dormía cuando tenía miedo de ha-
cerlo en el Louvre. : ;
' Allí descolgó de una panoplia una sólida
espada que había pertenecido a Carlos IX,
gran aficionado a la armas, y se la ofreció
diciéndole : ea y DA
—Aceptad esta espada. CO
—La acepto—contestó sin ceremonia Par-
_daillan, ciñéndose el arma con visible satis-
facción. : da ] Aa
El joven Duque entonces pasó a su habita=
ción y se vistió de pies a cabeza, porque
también tenía el traje roto. Luego se reunió
al caballero; diciendo: 00 ro AN)
—He ordenado a mis criados que nos pre-
paren una de esas comidas que os gustan. Den.
tro de media hora nos sentaremos a la mesa
- y podremos hablar, Pardaillan, porque tene-
¡mos muéhas. Cosas que decos. 0 0d,
—También podremos hablar en la calle y
en cuanto a comer nos contentaremos con la
- primera taberna que hallemos al paso. He ob-
servado una cosa, monseñor, y es que los que,
como nosotros, tienen necesidad de ocultar-
se, nunca están tan Seguros como cuando se:
hallan bajo el abrigo del cielo y entre la mul-.
titud de gentes desocupadas. Vámonos, pues,
porque ya os veo equipado y Supongo que
también provisto de dinero. ta