UNA TRAGEDIA EN LA BASTILLA 45
Dos ardientes lágrimas salieron de los ojos
de Farnesio. Entre tanto el verdugo se frota-
“ba los doloridos brazos, murmurando:
—Antes, cuando yo ataba a los condena-
dos, apretaba las cuerdas sin pensar en el mal
que hacía. Pd e oe
-—Veamos—dijo Farnesio con temblorosa
woz—. Decíais que está salvada ¿no es así?
—Así es, tranquilizaos. i
—¿Y por qué queríais conducirme a su
lado? a o
—Ya os contaré detalladamente toda la
aventura; por el momento es preciso pensar
en salir de aquí. La puerta es de roble y las
ventanas tienen fuertes rejas. Ante todo es -
necesario recobrar fuerzas. Dadme de comer.
—¿ De comer ?2—balbució Farnesio. :
- —Sí, me muero de hambre y sobre todo de
- sed. Dadme de beber. Un poco de agua me
A a
Farnesio cogió el brazo de Claudio.
—Escuchad—dijo—. Estoy aquí desde por
la mañana y esta puerta sólo se ha abierto para |
daros paso. Yo no tengo hambre, pero tam-
bién la sed me devora. SS
¿Y qué?—dijo Claudio. pe
- —Pues que no hay nada para comer ni.
para beber—contestó Farnesio—. Ni siquiera
pon aéudr o o ot
- —Pero van a venir sin duda. Esperemos,
que tal vez será el medio de escapar. ¿Sois
A ES
contestar Farnesio, se apagó la lámpara que
a gran altura estaba suspendida en el techo,
En aquel momento y antes de que pudiera
gracias sin duda a algún mecanismo que ma- :
- niobraban desde el exterior. Los dos prisione-=