106 LOS PARDAILLAN
los dos versículos litúrgicos, las dos monjas
continuaban mirando extasiadas a los dos
compadres.
—Sin duda alguna—pensaba sor María Lui-
sa—si acojo esos dos hombres, la pobre sor
Filomena correrá el peligro de caer en pecado
mortal. Pero también, gracias a ellos, las dos
infieles no han podido escaparse. Escuchad,
maese Picuic, veo que me había engañado .
acerca de vos. Sois un hombre de corazón,
un buen hombre. Además, sois religioso y
cantáis de un modo excelente.
—Hermana, me aduláis. o
—No hago más que reparar una injusticia.
Al detener a esas dos herejes habéis prestado
a la madre abadesa un servicio que no olvi-
dará. Voy a hablarle de ello y os recompen-
Sarán. E
—¿ Y cuál será nuestra recompensa herma-
na? Espero que esta pregunta no será indis-
creta. OS
—Haré de modo que os nombren chantres
de nuestra capilla, aunque en ella no se digan
misas más que los domingos y fiestas de guar-
dar.
—Hermana—añadió Picuic—: Permitidme
que os haga otra pregunta”; ¿Cuál es el sueldo
que dais a los chantres en este convento?
—No les damos ningún salario, porque
nuestros recursos son demasiado reducidos,
aunque es probable que dentro de poco, nues-
tra fortuna aumente considerablemente. En-
tonces os pagarán doble, para indemnizaros
del tiempo que hayáis cantado sin cobrar. En-
tre tanto, ganaréis el favor del cielo y el mío.
- —Escuchad, henmana—dijo Picuic—. Pre-
fiero decíroslo en seguida ; mi modestia es tan