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PONER pas de comer. E
VIDA POR VIDA 109
—Muy bien—exclamó Picuic.
—Por fin, podemos disponer de las legum-
bres que cultivamos y de las que hacemos
una sopa casi cada día. Cuando podemos
añadir un poco de buey o de tocino, no de-
jamos de hacerlo.
Graznido lloraba de felicidad.
—¿ Y el vino ?—exclamó Picuic, que siem-
pre era el más exagerado.
—Bebemos agua—contestó modestamente
sor Filomena.
—No hay vino más que en la bodega de
la reverenda abadesa—añadió María Luisa.
Los dos hércules hicieron una mueca, pero
sor Filomena, con los ojos bajos, añadió con
la misma modestia :
—Ya sabéis hermana, que conozco el me-
- dio de entrar en la bodega de la abadesa.
Creo, pues, que podremos “obtener una o dos
botellas diarias, no para nosotras, pues la
regla lo prohibe, sino para esos dignos. ca-
-balleros.
—Permitidme la última pregunta, herma-
na—dijo Picuic—. ¿A qué hora se come ?
—A las doce de la mañana comemos y des-
cansamos.
—Pues no deben andara lejos—observó Pi-
cuic.
—Acaban de dar las ocho.
—¡ Caramba! Pues habría jurado...
—Tal vez esos:caballeros tienen pe
Sinuó sor Filomena.
—Precisamente apetito no, porque hemos
comido bien bajo un roble esta misma ma-
fíana. Pero como nos hemos levantado muy
temprano y el camino nos ha despertado las