mo LOS PARDAILLAN
— Hermana — dijo sor Filomena—. Voy a
buscar algunos huevos que guisaré junto con
aquel trozo de venado que nos regaló el reve-
rendo mendicante que pasó por aquí.
Y sin esperar el asentimiento de su com-
pañera, Filomena se alejó rápidamente. Un
cuarto de hora más tarde regresaba con las
provisiones anunciadas y un pan blanco.
—Em cuanto al vino—dijo tímidamente—
hay que esperar a la noche para obtenerlo
_Las dos monjas se alejaron entonces para
cumplir la misión que les habían confiado, es
decir, vigilar a las dos jóvengs encerradas en
el recinto. Picuic y Graznidó se sentaron in-
mediatamente sobre un grueso tronco derriba-
do, y colocaron entre los dos las provisiones
debidas a la munificencia de sor Filomena. ,
—¿ No te lo dije ?—exclamó Graznido, de-
vorando con frenesí.
—Graznido, te proclamo inteligentísimo
compañero. Nunca lo habría creído de ti.
—Soy así... inteligente y valeroso, pero an-
tes yo no lo sabía. Sin embargo, ahora que lo
sé, ya ves los resultados.
—Si tenemos una pizca de ingenio haremos
nuestra fortuna al salir de aq exclamó Pi-
cuic e que sin dejar de comer, cabe
¿ Cómo ?—preguntó Graznido,
e Violeta está aquí prisionera.
—Sí, a pesar de que yo la liberté.
—¿ Tú ?—exclamó -Picuic estupefacto.
—Sin duda—contestó Graznido con doble
sencillez—. ¿No te lo he contado nunca? ¿No
te acuerdas de la batalla que hube de Soste-
ner ?
—Es cierto. Pues Violeta, a pesar de que
tú la libertaste, está presa aquí. Si el señor