182 LOS PARDAILLAN
Farnesio, puede curar a su madre, no sólo de
la locura, sino también del odio.
— Oh, adorada hija mía !—balbució Far-
nesio. E
—Quedamos, pues—dijo Fausta—, en que
partiréis el veintidós de octubre, pero no sal-
dréis solo, sino con ellas. Y si he elegido este
día para vuestra partida, es porque el día
- veintiuno se reunirá el Santo Concilio, que os
revelará de vuestros votos y hará del cardenal
un hombre, diciéndoos :. He aquí a tu esposa
y a tu hija.
Farnesio cayó de rodillas, cogió una mano
de Fausta y la besó ardientemente. sega se
echó a llorar.
Lloró largo rato a los pies de aquella mu-
jer a la que, una hora antes, hubiera estran=
gulado. Entre tanto, ella lo contemplaba con
tan sombría mirada, que el cardenal se habría
estremecido de espanto de haberlo visto. Far-
nesio, al levantarse, vió ante él un rostro inun-
dado de dulce lástima.
—¡ Majestad !—murmuró—. ¡Ojalá llegue
pronto el día en que tengáis cocida de mi
vida ! Aunque me despojen de la dignidad de
cardenal y trate de reparar la desgracia con
que herí involuntariamente a una inocente, y
llegue a ser padre y esposo, no por eso dejaré -
de ser vuestro servidor y, tened por se-
guro, que contribuiré con “todas mis fuerzas
a la realización de vuestro sublime proyecto.
Farnesio se inclinó profundamente y, encor-
vado ante Fausta, le tendió su mano, en la
cual ella se apoyó. Así la condujo hacia la
puerta de la casa.
—El veintiuno de octubre, a las nueve de la
mañana, estad vestido con vuestro traje de ce-