CAPITULO X
ENTRE FLECHAS Y GARRAS
AY llegar los filibusterós detrás de los árboles
que rodéaban el campamento indio, se ofreció y
sus ojos una escena aterradora.
Sentados en derredor de una hoguera gigantesca,
dos docenas de arawakos esperaban ansiosos el
momento de llenarse la panza con un asado que
estaba concluyendo de hacerse en un larguísimo
asador. Si se hubiera tratado de un enorme trozo
de animal salvaje, de un tapir entero o de un ja-
guar, no se hubieran inquietado los filibusteros ;
pero aquel asado consistía en dos cadáveres huma-
nos, en dos hombres blancos; probablemente dos
españoles de la escolta de Wan Guld.
Ambos desgraciados, allí expuestos a la lumbre
para después ser devorados por aquellos abomi-
nables salvajes, estaban ya asados, y sus carnes co-
menzaban a crepitar, despidiendo un olor nausea-
bundo que hacía dilatarse las narices de los mons-
truosos comensales.
—|¡Rayos del Infierno! —exclamó Carmaux es-
tremeciéndose—. ¡Parece imposible que haya seres
humanos que se alimenten con sus semejantes |
¡¡Puah! ¡¡Qué asco! :