Lt: V- NA NZA
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Siempre escondido detrás del tronco del sima-
ruba, el cual le ponía a cubierto de las balas ene-
migas, se arrodilló y miró con precaución por
entre las matas, que en aquel sitio eran muy altas,
No vio nada hacia la parte del bosque desde donde
habían disparado; pero en dirección de un grupo
de arbustos, y como a unos quince pasos de dis-
tancia del simaruba, notó un ligero movimiento en
la maleza.
— ¡Alguien viene arrastrándose hacia mí!l-—mur-
muró.—¿Será Carmaux, o algún español que tra-
ta de sorprenderme? ¡Tengo montado el arca-
buz y fallo muy pocas veces!
Estuvo inmóvil durante algunos instantes con el
vído pegado a tierra, y oyó un ligero roce que el
suelo transmitía con gran nitidez.
Seguro de no equivocarse, se enderezó a lo larga
- del tronco del simaruba y lanzó una rápida mirada
entre las ramas. : :
—|¡Ah!—murmuró respirando satisfecho.
Carmaux se encontraba ya a quince pasos del
árbol y avanzaba con mil precauciones deslizándose
por entre la maleza. Una serpiente no hubiera pro-
ducido menos ruido ni se hubiera deslizado con
tanta astucia para huír de algún peligro o para
sorprender a una presa.
— ¡El tunante ! —dijo el Corsario—. ¡Este es un
hombre que sabrá salir siempre de todos los apuros
poniendo en salvo el pellejo! Pero, ¿y el español que
le hizo el disparo? ¿Se lo ha tragado la tierra?.
Mientras tanto, Carmaux seguía avanzando en
dirección del simaruba y procurando no quedar en
descubierto, por temor, a que le disparasen otra
vez. El valiente marinero no había soltado su fusil,
ni siquiera los pescados, con los cuales contaba
para regalarse en la comida. ¡Demontrel, ¡No
quería haberse fatigado en baldel, Os
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