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bóveda de los árboles, los cuales inclinaban las ra-
mas sobre el riachuelo. Tan sólo de tiempo en
tiempo y a regulares intervalos se oía resonar
repentinamente como el sonido de una campana,
cosa que obligaba a levantar vivamente la cabeza
a Carmaux y a Wan Stiller.
Aquel sonido de argentina vibración, y que se
extendía con una nitidez grande despertando los
ecos todos de la selva, no lo producía una campa-
na; lo producía un pájaro escondido en lo más
espeso de las ramas de los árboles. Llámanle los
españoles el campanero, y es un ave tan grande
como un palomo, y enteramente blanca. Su ex-
traño canto, o mejor dicho, grito, se oye a más
de tres millas de distancia.
La caravana, siempre silenciosa, proseguía mar-
chando con rapidez y llena de curiosidad por saber
basta dónde habían podido utilizar las cabalgadu-
ras el gobernador y su escolta, Andando bajo
masas de verdura entrelazadas tan estrechamente
que interceptaban casi por completo la luz del Sol,
iban avanzando, cuando de improviso y hacia la
orilla izquierda resonó una detonación bastante
fuerte, seguida de una lluvia de proyectiles pe-
queños, que al caer en el río produjeron un ruido
parecido al rebotar del granizo.
— ¡| Truenos de Hamburgo ! —exclamó Wan Sti-
ller agachándose instintivamente—. ¿Quién nos
ametralla ?
El Corsario también se había encorvado y mon- +3
taba precipitadamente el arcabuz, mientras que sus 3
filibusteros retrocedían Con viveza, Únicamente el 1
catalán no se movió, y miraba con toda tranquili-
dad las plantas que crecían en ambas orillas.
—¿Nos acometen?-—preguntó el Corsario. |
—¡Noveo a nadie!-respondió riendo el catalán. 3
—¿Y esa detonación? ¿No la has oídoé :
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