Full text: Tomo 2 (Bd. 2)

  
  
-HAZAÑAS DE 
Los muebles eran de nogal, y las cortinas 
de damasco azul. 
Un canapé y cuatro sillones estaban co- 
locados á lo largo de las paredes. 
Sentada en aquél estaba una mujer ancia- 
na, vestida de negro, con todo el aspecto de 
una artesana de provincia que vive cómo- 
damente. 
Tenia una tabaquera de plata, llevaba 
goñas y en aquel momento leía un perió- 
ico. 
Parecía la más honrada mujer del mundo. 
—¡Trueno de Dios! —exclamó Ventura 
sorprendido. —Pareces una señora... tienes 
un aspecto verdaderamente distinguido... 
Representas perfectamente á la viuda Bri- 
sedoux, natural de Bayeux en Normandía, 
antigua vendedora de hortalizas y madre 
del señor Honorato Brisedoux, tendero en 
París. 
Al terminar esta pomposa frase, cerró 
Ventura la puerta y se sentó junto la víuda 
Fipart, que, según hemos visto, habia su- 
rido una completa metamorfosis. 
XXXIM.—El convenio. 
¿De qué modo la viuda Fipart, que hemos 
dejado en Glignancourt metida en un Zzaqui- 
zami, cubierta de harapos, y sin otros me- 
dios de subsistencia que su espueria y su 
gancho, se halla en la calle de la Iglesia, y 
en el traje en que la vemos? 
Vamos á explicarlo en muy pocas pala- 
bras. 
Cuando Ventura abrió la carta de la con- 
desa de Artof al duque de Sallandrera, mer- 
ced á lo cual y con ayuda de algunas indi- 
caciones de la viuda Fipart, se puso al tanto 
de las intrigas de Rocambole, conoció la 
absoluta necesidad en que se hallaba de ale- 
jar de Glignancourt, y si era posible, se- 
cuestrar á la horrible vieja, en provecho 
propio. 
En efecto, podía suceder que Rocambole 
la encontrase y la obligase á confesar dónde 
se hallaba Ventura. 
Por otra parte, el odio que ésta demos- 
traba hacia su hijo adoptivo, era cosa de 
mucho valor en las presentes circunstan- 
cias, y Ventura adivinó que en un instante 
dado necesitaría identificar la persona de su 
adversario, y que aun cuando sólo fuese á 
los ojos de Chateau-Mailly, la viuda podia 
servirle de auxiliar poderoso. 
Pensando así, al otro día de su instala- 
ción como cochero del duque de Chateau- 
—Mailly, pensó Ventura en el Gros Caillou, 
como el único barrio de Paris adonde Ro- 
cambole no iría á buscar á la vieja, aunque 
a creyera viva. 
ROCAMBOLE 179 
Fijo en esta idea, inmediatamente se de- 
dicó á buscar un alojamiento á propósito, y 
al cabo de una hora de pesquisas se fijó en 
la casa número 5 de la calle de la Iglesia. 
Ventura se presentó como un honrado 
tendero de comestibles que esperaba á su 
madre, resuelta á dejar la vida de provincia 
para residir en Paris. 
Dos horas más tarde llegaba la viuda Fi- 
part, precedida de dos voluminosos cofres, 
y tomaba posesión del aposento. 
Ventura dió al portero dos duros, y ofre- 
ció tres mensuales á su mujer para que sir- 
viese en lo necesario á la viuda. 
Dados ya estos ligeros detalles, continua- 
remos el curso de nuestra historia. 
Ventura, como hemos dicho, se había 
sentado al lado de la vieja. 
—Vamos, mamá Fipart — la preguntó; 
—¿qué te parece la vida que llevas? 
—Creo que he bebido un trago más—re- 
plicó la vieja. 
—¡Cómo! ¿Vas á continuar entregada á 
la bebida? 
—Bebo más que nunca; pero como me 
has dicho que debo hacerme respetar, no 
tomo más que aguardiente. Ya he tomado 
mi café como una marquesa. 
—Entonces ¿qué quieres decir con tu tra- 
go de más?—preguntó Ventura. 
—Quiero decir que cuanto me sucede es 
precisamente lo que sueño cuando estoy 
alegre. 
—¡Ah! Ya entiendo... Crees soñar... 
—Eso es. 
—Pues bien; muy pronto cambiará las 
Cosas. 
La vieja abrió sus pequeños Ojos, con mu- 
cha curiosidad. 
—No sabes, mamá Fipart, lo que se te 
viene á las manos como caido del cielo... 
—¿Una herencia? 
—Casi, casi. 
Y como la mujer callaba, agregó Ven- 
tura: 
—¿Qué te parece este barrio? 
—Encantador; está lleno de militares, y 
yo tengo pasión por las armas. 
—¿Y te agrada esta casa? 
—¡Ah!—exclamó la vieja, llena de emo- 
ción. —¿Quieres matarme de alegria? 
—Oye—exclamó Ventura.—La dueña de 
la casa de huéspedes deja su establecimien- 
to; voy á comprarlo, y tú lo dirigirás. 
—¡Gran Dios! ¡Voy á volverme local! 
—Y si dentro de algún tiempo estoy con- 
tento de ti, te lo cederé en propiedad abso- 
luta. 
Estas últimas palabras, en vez de aumen- 
tar el júbilo de la vieja, causaron el efecto 
contrario. 
 
	        
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