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los tribunales el fiscal tendrá en cuenta mi
medalla.
Rocambole había probado muchas veces
ser un buen nadador. :
Además, en aquel momento tenía una
gran ventaja sobre la lancha que, como él,
acudía en auxilio de la desgraciada.
Rocambole se había lanzado al agua más
arriba que la persona que se ahogaba; de
suerte que para llegar á ésta sólo tenía que
dejarse llevar por la corriente.
La lancha, por el contrario, necesitaba
vencerla, y sabido es cuán rápida es en
aquel sitio. :
Ahora bien; ínterin Rocambole nadaba
vigorosamente, coronaba sus reflexiones en
esta forma:
—Estoy convencido de que mi futuro sue-
gro el duque de Sallandrera quedará encan-
«tado al leer en la gacetilla de algún perió-
dico:
«Anteanoche, entre dos y tres de la ma-
drugada, volvía el señor marqués de Cha-
mery á su casa, pasando por el muelle de
Voltaire, cuando llamaron su atención unos
gritos de angustia que salian del río.
-»Saltar del carruaje, desnudarse, y lan-
zarse al agua, salvar al infeliz que se aho-
gaba, fué para aquel digno caballero obra
de un momento.
»El marqués de Chamery, como se recor-
dará, es aquel joven oficial de marina que
después de haber servido de una manera
brillante en la armada anglo-india, regre-
saba el año último á Francia á bordo del
brik La Paviota, que naufragó á algunas
leguas del Havre, siendo la única persona
que salió con vida en aquel desastre.»
Cuando acababa de redactar mentalmen-
te aquella gacetilla, alcanzó al anegado, ó
_por mejor decir, á la anegada, porque la
victima era una mujer que se echó al rio
desde el Puente Real y á la que sus vesti-
dos mantenían á flor de agua.
Primeramente evitó que ella se agarrase
á su cuerpo, después agarróla por el talle,
la impulsó con rudeza en términos de que
no pudiera embarazar sus movimientos y
siguió nadando en dirección de la lancha
que se acercaba.
Algunos momentos después el marqués
Alberto Honorato Federico de Chamery se
encontraba con la mujer que acababa de li-
brar de las garras de la muerte, sentado en
la barca entre cuatro marineros que habian
encendido un farol.
A la luz de éste pudieron examinar suce-
sivamente á la mujer y su salvador.
La mujer era joven, bonita y su vestido
de seda indicaba que un desengaño amoro-
HAZAÑAS DE ROCAMBOLE y
so, y no la miseria, la habían inducido á
buscar la muerte.
Ocurrió con ella lo que acontece frecuen-
temente á los que buscan un refugio en la
muerte; apoderóse de ella el frío del agua y
se aferró ansiosamente á aquella vida que
momentos antes le parecía una carga inso-
portable. E
El marqués sólo había conservado pues-
tos la camisa y el pantalón, éste de casimir
negro y aquélla de batista de Escocia con
grandes diamantes en los puños y en el cue-
llo, lo cual era más de lo necesario para que
los marineros reconociesen en él á un caba-
llero. z
—No importa—dijo uno de ellos apretán-
dole con rudeza la mano, ínterin sus
compañeros auxiliaban á la joven, —sois un
valiente, patrón; pocos caballeros tomarían
un baño como el que vos habéis tomado.
—He cumplido con mi deber—contestó
modestamente Rocambole. -
—Si llamáis á eso cumplir con vuestro
deber, es porque sois un bravo.
Rocambole se sonrió.
—Y probablemente para vivir no necesi-
taréis de salvar á las gentes que se ahogañ.
—Seguramente.
—Nosotros, hace una semana que todas
- las noches pescamos alguno que intenta
ahogarse.
Rocambole se estremeció.
—El sábado, uno más allá del puente de
Passy.
Otro estremecimiento de Rocambole.
—Alli agarramos á una vieja...
—¿Muerta?
—No; creo que quiso ahogarse; pero cuan-
do se vió en el agua, lo reflexionó mejor,
como todos.
—¿Y era cerca del puente de Passy?
— A cuatrocientos metros, próxima-
mente.
- ¿El sábado?
—Si; la noche del sábado al domingo—
repuso el marinero, sin notar que Rocam-
bole habia mudado de color tres Ó cuatro
veces. E
—:¡Diantre!—se dijo el fingido marqués.—
¡Si habré estrangulado mal á mamá Fi-
part!... ¡Una vieja que se ahoga el sábado
por la noche á trescientos metros del puen-
te de Passy y á las tres de la mañanal!...
Precisamente, ella es. ¡Truenos y sangrei
Y añadió con indiferencia:
—La miseria tal vez...
—Nos refirió una historia que ya no re-
cuerdo; pero hicimos una colecta entre to-
dos y le dimos algunas monedas para que
pudiera irse e” coche á su casa.