Full text: Tomo 2 (Bd. 2)

HAZAÑAS DE ROCAMBOLE ' 
sombrero tenia 1a forma octógona del chas- 
kás polaco. 
De los cuatro lacayos que acompañaban 
á aquel personaje, tres sólo hablaban el ru- 
so, el polaco y el alemán: el cuarto poseía 
los idiomas occidentales, esto es, el francés, 
el inglés y el español, y él fué quien expuso 
al fondista de Los Reyes Magos los títulos 
y cualidades de su señor. . 
-— El personaje de la polonesa y los cabellos 
- rubios era un gran señor polaco, el barón 
Wenceslao Polaski, dueño de muchas le- 
guas cuadradas en la Pomerania, viudo y 
sin hijos, misántropo en alto grado, que llo- 
raba constantemente á su mujer, muerta 
veinte años hacia, y viajaba por Europa 
con la esperanza de olvidar á la difunta. 
Interín que el fondista, liando un cigarri- 
Mo, oia el relato del lacayo, la señora Pepi- 
ta, su mujer, conducía pomposamente al 
huesped al aposento más hermoso de la fon- 
da. Hallábase ésta situada en una plaza cer- 
- ca del muelle, y desde las ventanas de las 
habitaciones del barón Wenceslao Polaski 
se veía el Océano. 
El noble extranjero abrió una de aquellas 
ventanas interin sus criados subían el equi- 
paje, y echándose de pechos sobre la ba- 
randilla del balcón, paseó á su alrededor 
una mirada investigadora. 
Aun no había anochecido, y los postreros 
rayos del sol poniente se reflejaban sobre el 
mar. El barón hizo una seña, y uno de sus 
criados le presentó un anteojo de larga vis- 
ta, que el noble polaco tomó flemáticamen- 
te, y graduándolo con calma, se puso á exa- 
minar el puerto y la bahía. 
A la izquierda vió un gran edificio con 
azotea, y el barón, que seguramente cono- 
cía la ciudad, reconoció el palacio del go- 
bernador. : : 
Más allá de este edificio y bañando sus 
Cimientos en las aguas del mar, se veía un 
extenso y triste edificio, de paredes obscu- 
ras llenas de espesas rejas, que era el pre- 
—sidio, más lejos aún, pero á la derecha y 
sobre una colina, una lance y risueña quin- 
ta, cercada de granados y limoneros. 
El gran señor polaco dirigió su anteojo á 
la quinta y la examinó atentamente; en se- 
- guida se volvió hacia aquel de sus criados 
que le servía de intérprete y le dijo algunas 
palabras en inglés. , 
-Ellacayo abandonó la estancia; pero re- 
gresó inmediatamente acompañado del due- 
ño de la fonda, á quien dijo: 
—El señor barón quiere saber á quién 
pertenece aquella casa de recreo que se ve 
- allá en la orilla del mar. 
—Al señor arzobispo de Granada—res- 
a pondió el fondista. 
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El extranjero escuchó la traducción de 
estas palabras, hecha por su criado, y res- 
pondió con un gesto de aprobación, 
El fondista continuó: 
—Esa quinta está habitada en la actuali- 
dad por dos señoras emparentadas con su 
excelencia: la duquesa de Sallandrera y su 
hija. 
El barón hizo otro ademán igual al an- 
terior. 
Esto era cuanto deseaba saber. 
Después tomó un lápiz, sacó del bolsillo 
una tarjeta con escudo de armas y su nom- 
bre, y escribió al pie el de la fonda donde se 
había instalado. 
En seguida abrió una voluminosa cartera 
atestada de letras de cambio y billetes de 
Banco, y sacó una carta dirigida á don Pe- 
dro C... capitán del puerto de Cádiz. 
El barón dió aquella carta al fondista, y 
el lacayo intérprete dijo al mismo tiempo: 
— Monseñor desea que envien esta carta 
y su tarjeta al capitán del puerto, de parte 
del general $... residente en París. 
El fondista se inclinó, tomó ambas cosas 
y desapareció. 
El barón se abrochó la polonesa, se puso 
el sombrero, encendió un cigarro habano 
que sacó de una petaca de piel de Rusia y 
salió de la habitación con las manos meti- 
das en los bolsillos. 
Cuando cruzaba el patio de la fonda diri- 
giéndose á la puerta, un hombre de treinta 
años, en cuyo brazo se apoyaba una señora 
joven y bella, pasó junto á él. - 
Era ya de noche y el barón sólo pudo dis- 
tinguir muy imperfectamente las facciones 
de la pareja: mas, no obstante, se estreme- 
ció, volviéndose rápidamente. 
La pareja continuó andando y subió la 
escalera sin preocuparse del polaco. 
Este salió de la fonda, dió dos paseos por 
la plaza, bajó al puerto y volvió una hora 
después. 
El barón había encomendado que le sir- 
viesen en su habitación. 
Senióse á la mesa, cenó con buen apetito, 
y se hallaba saboreando una copa de exce- 
lente Jerez, cuando se presentó el fondista 
llevando en las manos un voluminoso regís- 
tro. 
Aquel registro era el dedicado á contener 
los nombres de cuantos viajeros se re ap 
ban en la fonda y mostraban el deseo de es- 
tampar allí de su puño y letra sus nombres 
y el de su país. 
El barón miró al fondista primero, 
gistro después y aparentó no entender lo 
al re- 
que de él se pretendia. 
El honrado español le puso el registro 
delante y dijo algunas valabras al criado; 
 
	        
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