Full text: Tomo primero (Bd. 1)

  
  
  
  
  
    
   
LOS BANDIDOS DEL RIF 
—Ya que las fieras grandes están lejos aún—dijo la 
gitana—, vayamos a traer las cajas y hagamos una ba- 
Fricada con ellas. ¡Las olas ya no son muy grandes. 
—¿Y si el papá y la mamá de los leoncitos nos sor- 
prenden fuera?—preguntó Pedro. 
—Entonces nos refugiaremos en La Cábila—contestó 
Carmelo—. Quizá hemos perdido ya demasiado tiempo. 
—Confieso que el corazón me palpita— añadió Pe- 
dro-—. ¿Si los pudiese domar tocando la guitarra? Siem- 
pre he oído decir que a todos los animales salvajes les 
gusta la música. : 
—Por ahora confío más en mi mauser—contestó Car- 
melo—. ¡Ea, en marcha! Mientras los IO duer- 
men y los padres están lejos. ] 
Los dos estudiantes dejaron las guitarras, cogieron 
los fusiles y salieron, S seguidos de la gitana y de Janko. 
El banco de rocas estaba cubierto de cajas y barriles, 
que aún seguían saliendo de los abiertos costados de La 
- Cábila, pero el pequeño velero, sujeto entre los esco- 
los, resistía, aunque hubiese perdido en parte de la 
1 
- cubierta. 
El palo mayor amenazaba seguir el ejemplo del pe 
trinquete, A cada ola que se a sobre e] barce 
se inclinaba un poco más. 
Ya había perdido masteleros, vergas y Pase y se 
sostenía por un verdadero milagro. : E 
—Con cuatro cajas y dos o tres barr ¡les tendren1o; su- 
ficiente para cerrar la entrada de la cueva—dijo Carmelo. 
Avanzaron sobre el banco de rocas, ya no tan fuerte- 
mente batido por las olas, ¡poniéndose a trabajar con en- 
- tusiasmo,. mirando eds por todas partes pOr miedo 
.
	        
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