EMILIO SALGARI
por los cañones de la flotilla de Mar Chica, que no
- cesan de lanzar granadas, avanzan a prender fuego a
los aduares y sembrados, haciendo saltar por medio de
la dinamita, las casas de piedra de los caides.
¡Los rifeños, impotentes para reanudar la ofensiva,
vigorosamente bombardeados por la artillería de tierra,
permanecieron largo tiempo casi expuestos al fuego de
cañón, contemplando, temblando de rabia, los incendios
que les consumían todas sus riquezas.
Pero no era aquello más que una tregua. Otro ad-
versario se habría decidido a pactar, tanto más cuanto
que los españoles les ofrecían grandes ventajas, pero los
'rifeños no.
Esperaban que les llegase el momento de us buen
desquite y lo. esperaban en las faldas del Gurugú.
Ey AE] general Marina, dejando bien segura la región de
El-Arbá, después de un perípdo de descanso a causa de
los grandes calores y de las fiebres palúdicas que ataca-
ron a los soldados, volvió «a la carga el 12 de septiembre,
decidido a terminar rápidamente la costosa guerra.
Mandó al coronel Larrea a la cabeza de dos compa-
ñías de policía indígena, las cuales operando con gran
rapidez, adelantáronse valientemente hasta Muley- ldris,
pasando toda la noche en aquella: posición, en espera de
un enemigo que de momento se había hecho un extremo
prudente.
No viéndole comparecer, reconocen el territorio y re-
gresan a punto de socorrer a las fuerzas acampadas en
en Sidi-Ahmed-Hadi, que habían sido atacadas. Tam-
bién esta vez los moros sufren una derrota, y sólo