EMILIO SALGARI
—Un sitio en toda regla, ¿verdad, Carmelo?
—Estamos completamente sitiados, pobre amigo mío
—contestó el joven ingeniero—, ¿Qué es lo que has
traído?
—Miseria y nada más que miseria. Habas y fríjoles
secos, mezclados con pedazos de calabaza reseca.
—¿Has traído agua?
—Tres o cuatro litros.
—Nos pondremos a ración y resistiremos hasta que
podamos. :
—¿Masticando frijoles y habas secas? ¿Paciencia !
¿Pero cuánto tiempo podremos resistir de este modo?
—¿No ves que no se atreven a atacarnos ?
—Cuando hayan recibido refuerzos verás a esos ca.
nallas subir al asalto como los mejores soldados del
mundo. Hace poco he visto dos jinetes salir 'al galope
hacia aquella colina, que debe ocultar poblados. Ya ve-
rás cómo después que amanezca los sitiadores se habrán
convertido en doscientos o quizá muchos más.
—Y nosotros no estamos sobrados de cartuchos—dijo
Zamora mirando al joven ingeniero. A
-. —Procuraremos no malgastarlos. ¡Ah !... ¡Los bandi-
dos empiezan a impacientarse ; pues bien, que avancen 4
y empiecen el asalto. :
En efecto, los rifeños, cansados de gastar pólvora sin
resultado alguno, porque sus proyectiles mo podían atra-
vesar las gruesas paredes del minarete, habían mon-
tado de nuevo, avanzando hacia la cuba. a
Apenas habían empezado a acudir, cuando desembo-
_caron del estrecho valle a galope tendido otros cin-
Cuenta jinetes o más, que se anunciaron con un vivo
o E