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de exóticos prismas, que por fortuna no dejaron huella pro-
- funda sobre su férrea naturaleza. Falta, además, un acerca-
miento económico que establezca rápidas comunicaciones
entre España y Colombia, pues ahora, mientras esto escribo,
necesita un vapor correo español de Cádiz a esta tierra, lo que
en tiempos de Gonzalo Fernández de Oviedo los galeones
que cruzaban el océano; y si contara España con gober-
nantes de cuerpo entero, habría creado ya formidables cen-
tros de propaganda, como los tiene Francia, pues aunque
buenos dineros suelen ellos costar, no dejan de producir a la
larga su remuneradora compensación.
Si todo eso falta, y otras cosas de que no quiero hablar
ahora, hay en cambio algo muy feo, que está de más. Voy
a explicarme.
La magna guerra europea subyugó de tal manera los
espíritus en España, que el que más y el que menos perdió
en el triunfal entusiasmo la cabeza con olvidanza hasta de su
propio pellejo; y en tamaño delirio, mientras Wilson, presi-
dente de los E. E.U.U. de N. América, subyugaba sin piedad
a nuestros hermanos de la República Dominicana con menos-
precio del arzobispo señor Noel, y hacía buscar al poeta Fabio
Fiallo para enviarlo ad patres por su propaganda patriótica,
los aliadófilos de las cuidades españolas de Zaragoza y
Málaga — otras más habrá de esa laya, sin duda — bauti-
zaban de nuevo sendas calles, para mancharlas con el
nombre de tan triste personaje yanqui. ¡ Qué ignominia !
Espafia, digase lo que se quiera, no ha sabido aprovecharse
de las lazos que la unen a estas playas; y si otro pais; v. g.,
‘Francia, se hallara rodeado por el amor y respeto de vein-
titrés naciones florecientes vivificadas por la misma sangre,
Ja misma lengua y el mismo espíritu de raza, tendría asom-.
prado al orbe entero. Los peninsulares hijos del Cid en vez
de reconquistar pacíficamente sus antiguos dominios,
prefieren embarcarse para Marruecos, donde corre un cau-
-daloso río de sangre... en que desembocan arroyos de oro.
El alejamiento intelectual en que hemos estado, como antes
dije, se advierte en el lenguaje, sobre todo si se le compara
con el que se usa en la Isla de Cuba, tierra que desde el siglo
xvi no ha dejado de estar en contacto con España; a él