EL MONSERRATE.
Sale pues de la reina de la tierra
El buen Garin de la manera impuesta,
Las manos baja, el pecho y rostro atierra
Y al viaje asperísimo se apresta:
Ni espeso bosque, ni enriscada sierra,
Ni ardiente llano, ni nevada cuesta,
Las rodillas levántanle del suelo:
Tanto en él puede el alto amor del cielo.
Sólo para tomar algun sustento
Entraba el santo monje en los poblados,
Yéndose al general alojamiento
De los enfermos y necesitados;
Con quien, tomado mísero alimento,
Sin dar algun lugar á mas cuidados,
Al único esencial en que se via,
Con alto aliento y ánimo volvia.
Así la gran Toscana regalada
Pasó el gran peregrino y penitente;
Así pasó la Lombardía helada
Y sus rios de altísima corriente;
Así la cumbre al cielo levantada
De los Alpes subió el varon paciente,
Y desta suerte de la noble Francia
Atravesó la anchísima distancia.
Desta manera el alto Pirineo
Pasó Garin, regando las mejillas
Por ver desde él el fin de su deseo
En aquel caminar de tantas millas;
Y al fin así, tras largo y gran rodeo,
Le volvieron sus manos y rodillas
A. su querido Monserrate, donde,
Como fiera emboscándose, se esconde,
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