EL MONSERRATE. 301.
Y cuando ya la noche oscura y fria
Estaba con sus sombras en oriente,
Y contenta y alegre, se ponia
El vestido más claro y trasparente;
Cuando el fiel pueblo de la Ave Maria
La devota señal y alegre siente,
Hé aquí que asoma la vision divina,
Y á la sagrada cueva el vuelo inclina.
El aire ve de rayos de oro lleno
El Prelado que atento al cielo mira,
Cuyo divino resplandor sereno
Con luces hermosísimas le admira:
Del grande abismo en el más hondo seno
La nocturna tiniebla se retira,
Como sol resplandece la ancha sierra,
Y en sus entrañas la alta luz se encierra.
En la pequeña cueva acostumbrada
Entra la santa luz resplandeciente,
Donde, en el mismo punto que es llegada,
El alto canto angelical se siente:
Música tan suave y concertada,
Armonía tan dulce y excelente
Són, que con tal regalo y gusto suene
No tiene igual en cuanto el mundo tiene.
No puede, en cuanto tiene de consuelo
El ancho mundo y de gozosa suerte,
Cosa igualar á la que en dulce cielo
La cueva benditísima convierte;
Pero, ¿cómo podrá tener el suelo,
Aunque todo se junte y se concierte,
Cosa que iguale á la que allí se ola,
Si era del cielo y era po Maria?