EL MONSERRATE.
Pero ya, cuando la amorosa estrella
Recogía su luz resplandeciente,
Y la rosada aurora, alegre y bella,
Salia por las puertas del oriente,
La vió en sueño salir, y á par con ella,
Pero más adornado y más luciente,
Un jóven vió salir, y que guiaba
Hácia el ardiente pozo donde estaba.
Dos alas hermosísimas batía
El bello jóven ensel largo vuelo
Con que ligeramente descendía
Por el abierto iluminado cielo:
Severo el lindo rostro sí traía,
Mas echaba mil rayos de consuelo;
Y al afligido y mísero llegado,
Así le dice en tono sosegado:
«Levanta, no desmayes, persevera,
Esfuerza, no te rindas, cobra aliento;
Vuelve más animado á la carrera;
Confía, y sigue tu primer intento.
Ya ves que vengo de la excelsa esfera,
Donde podrás tener eterno asiento;
No creas las pasadas ilusiones;
Dios oye los contritos corazones. »
No dijo más, sino alargó la mano,
Y al cabello la echó del que dormia;
Y del gran pozo por un paso llano
Tras sí le trae allí donde yacía;
Y luego el mensajero soberano
Vuelve ligero á la alta jerarquía:
Con el alma Garin le sigue alerto,
Entrar le ve, y hállase despierto.