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caragua, se declaró, bajo la sombra, aliado del (Gro-
bierno bamboleante de Bonilla. En silencio, mal
organizado, como a escondidas, partió un cuerpo de
ejército salvadoreño mandado por el general José
Dolores Presa, a auxiliar al general Bonilla que
por momentos se venía abajo; llegó dicho ejército
lleno de fatiga y falto de elementos al teatro de
operaciones, y en los desastrosos campos de Nama-
sigúe fué victima de serios reveses producidos por
la aridez del terreno y por el fuego de los ejércitos
contrarios. Allá, en aquellos campos funestos, en
aquellos campos de triste recordación quedaron
_para siempre los valientes oficiales politécnicos
Portal e Iraheta; allá fué destrozado, por un casco
de metralla, un maxilar del entonces capitán Per-
domo; allá quedaron tendidos a flor de tierra cente-
nares de cadáveres salvadoreños; alla fueron nues-
tros soldados a encontrar la muerte por una causa
reconocidamente injusta...
El ejército nicaragúense y el revolucionario
hondureño, vencedores en Namasigúe, derrocaron
en Honduras la dictadura de Manuel Bonilla e hi-
cieron temblar en El Salvador la de Fernando Fi-
gueroa: éste y Estrada Cabrera habian sido vencidos.
Después de estos acontecimientos,. que tan ca-
ros habían costado a la Nación salvadoreña, los
presidentes Zelaya, Figueroa y Dávila se dieron
un abrazo en Amapala prometiéndose echar al olvi-
do las pasadas divergencias. Sin embargo, Figueroa
desconfiaba de Zelaya y éste desconfiaba de aquél,
y con mucha insistencia ambos se hacían una
guerra emboscada. Por fin Zelaya tiró el guante:
el Dr. Prudencio Alfaro, llevado por el vapor nica-