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cano. Era indignante observar las peripecias de
la maquiavélica política de Mr. Wilson, pues mien-
tras los delegados yanquis, en Niágara Falls, ha-
blaban de paz continental y hacían promesas de
un arreglo definitivo, Villa y los demás jefes re-
beldes continuaban recibiendo de los Estados Uni-
dos toda clase de elementos bélicos para llevar
adelante la sangrienta guerra. No pueden negarse
los sanos propósitos conque las naciones que for-
man el A. B. C. intervinieron en la crisis interna-
cional a que dió origen el incidente de Tampico,
ni puede ponerse en tela de juicio que fué esa
una manifestación de solidaridad latinoamericana
que se alzara frente a la invasión que el Gobier-
no de los Estados Unidos intentara efectuar: Pero,
observando las cosas con serenidad y calma, tam-
poco podemos afirmar que la mediación del A. B. C.
haya solucionzdo el problema mexicano en la
forma en que era de esperarse. Lo que el Depar-
tamento de Estado deseaba era únicamente sepa-
rar del poder al general Huerta; el incidente de
Tampico fué un pretexto para ocupar un puerto
mexicano sin asumir las responsabilidades de
una guerra nacional; de tal suerte que las confe-
rencias de Niágara Falls sólo entretenían la sus-
picacia de los pueblos del Sur, herida con la ocu-
pación de Veracruz, mientras Wilson y Bryn se
entendían con Villa y le daban toda clase de apo-
yos para que continuara su avance desvastador y
sombrío sobre la capital mexicana.
Todo eso deben ver los pueblos y gobiernos
latinoamericanos para proceder de un modo más
juicioso; ya basta de silencio, de neutralidades