Cae el sol de una tarde de Enero, y en un rincón de
la cocina, de oscuridad casi negra y mugrienta, se mecen
Jos albores de un niño que llora, y se apaga la luz osci-
lante, con débiles y postreros aleteos, de una yida ren-
dida ya.
La Abuela canta con voz opaca y triste, una AbtpiN
tonadilla:
y O txikia zuretzat
Opilla zutan daraukat
Erdi, erdia emango dizut
Beste erdia, neretzat.»
- Las manos temblorosas de la vieja, recorren a tientas
buscando la cuna. Sus ojos no ven ya; pero es su alma
y la que mira y adivina.
El ritmo del kun-kun, a rocas con la canción, ope-
ya, el prodigio de dormir al niño. Un ángel le había me-
cido ya, con su mirada azul.
¿Son las que Eipubiid en la estancia, sorprendiendo unas