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ofrece un raro ramillete de espléndidas ilusio-
nes: ilusión de limpieza, ilusión de lempe-
drado, de seguridad, de higiene, de embelle-
cimientos ilusión de luz, etc., etc. Y a medida
que la ciudad se agranda y que su esplen-
dor es más brillante, nuevas ilusiones,
que se pagarán con buenas realidades mo-
netarias, son la consecuencia de ese mayor
grado de progreso alcanzado por las deslum-
brantes Atenas modernas.
De ahí las quejas y protestas d
el contri-
buyente, escandalizado por la grosera misti-
ficación de que va siendo víctima.
Sí, todo es ilusión en las grandes ciuda-
des, todo, hasta la salud, que no tenemos;
hasta el aire que respiramos, viciado por las
miasmas y pestilencias de la calzada: ¿no
hemos dicho que el barrido de la vía públi .
ca es otra ilusión ?
Y si el aire que respiramos en la calle
lleva. a nuestros pulmones los gérmenes de
todas las enfermedades, ¡qué decir del que
respiramos en las «higiénicas» habitaciones
construídas con la competentísima aprobación
de las oficinas de parásitos. creadas para di-
cho objeto!
¿Veis estos edificios colosales que se levan-
tan, soberbios, muy alto por encima de las
modestas casas que los rodea, como aplas-
tándolas con su mole enorme... estos edifi-
Clos estupendos que atónito contempla el fo-
tastero, confundido ante tanta ciencia de in-
geniería y atrevidez de concepción, y que