Sonata de Primavera 138
teníame al lado de las viejas damas, que re-
¿cibían mis homenajes con timidez de donce-
llas. Recuerdo que me hallaba hablando con
aquella devota Marquesa de Pescara, cuan
do, movido por un oscuro presentimiento,
volví la cabeza y busqué con los ojos la
blanca figura de María Rosario: la santa ya
no estaba.
Una nube de tristeza cubrió mi alma.
Dejé á la vieja linajuda y salí á la terraza.
Mucho tiempo permanecí reclinado sobre el
florido balconaje de piedra contemplando el
jardín. En el silencio perfumado cantaba un
- ruiseñor, y parecía acordar su voz con la
voz de las fuentes. El reflejo de la luna ilu-
de minaba aquel sendero de los rosales que yo
había recorrido otra noche. El aire suave y
- gentil, un aire á propósito para llevar sus-