38 Valle-Inclán
mi deseo, le hice una cortesía y me-alejé.
El familiar ocupó un sillón que había cerca-
no á la cabecera, y recogiendo suavente los
hábitos, se dispuso á meditar, ó acaso á dor-
mir, pero en aquel momento advirtió Mon-
señor que yo me retiraba, y alzándose con
supremo esfuerzo, me llamó:
—¡No te vayas, hijo mío! Quiero que lle-
ves mi confesión al Santo Padre.
Esperó á que nuevamente me acercase, y
con los ojos fijos en el cándido altar que ha-
bía en un extremo de la cámara, comenzó:
—¡Dios mío, que me sirva de penitencia
el dolor de mi culpa y la vergiienza que me
causa confesarla!
Los ojos del prelado estaban llenos de lá=.
grimas. Era afanosa y ronca su voz. Los y
familiares se congregaban en torno del le-