66 : Valle-Inclán
me: La niña, en cambio, volvió hacia mí
sus claras pupilas llenas de lágrimas, y me
dijo con una voz muy tenue:
—Buenas noches, Marqués. Hasta ma-
ñana.
—Adiós, preciosa.
Y con el alma herida por el desdér que
María Rosario me mostrara, volví al es-
trado, donde la Princesa seguía suspiran-
do, con el pañuelo sobre los ojos. Las ancia-
nas de su tertulia la rodeaban, y de tiempo
en tiempo se volvían aconsejadoras Y Pra
dentes para hablar en voz baja con las ni-
ñas, que también suspiraban, pero con me-
nos dolor que su madre:
—Hijas mías, debéis hacer que se acueste.
—Es preciso que tome algo, y vosotras a
también.